Encontré mis cuarenta y ocho años en la calle, como quien se topa con una encrucijada de caminos y, sin pensarlo demasiado, decide seguir la senda menos transitada. Me descubrí vagando sin rumbo fijo por los terruños de mi pequeño país latinoamericano, una travesía a la deriva, como si las coordenadas del mapa hubieran quedado extraviadas en algún lugar desconocido.
Mi historia ha cambiado tantas veces de formas tan imprevistas, que terminé ideando un plan de vida tan simple como un suspiro en la brisa marina. Buscaría un rincón, un paraíso oculto, donde la naturaleza se mostrara generosa y el arrecife de coral fuera un santuario submarino que me permitiera bucear sin límites, en un mar de libertad.
Semi retirado de la vorágine de la publicidad y la producción audiovisual, decidí dedicarme exclusivamente a lo que hace que mi alma sonría, y poco a poco me he ido adentrando en los meandros de la música impovisada, donde las notas se despliegan con la libertad de los pájaros en vuelo, sin partitura que las aprisione.
También he decidido continuar ejerciendo algunas de las destrezas que aprendí trabajando comercialmente, pero aplicándolas a proyectos más significativos para mí. Es así como continúo produciendo material audiovisual educativo sobre proyectos de conservación marina.
El viaje se ha convertido en una sinfonía de encuentros y despedidas. En cada mirada, en cada palabra compartida, encuentro historias que se tejen con hilos invisibles, creando una intrincada red de conexiones humanas.
En medio de esta sociedad tan compleja, la incertidumbre se erige como compañera fiel de travesía, y sin mapas ni brújulas, me dejo llevar por el viento de lo imprevisto, tratando de encontrar el sentido en cada paso, en cada instante efímero.
Así, me sumerjo en esta odisea, la ruta se ha ampliado más allá de las fronteras, y he decidido seguir este camino donde la vida se despliega con sus misterios y sus esplendores. Sin respuestas claras, me dejo llevar por la corriente, en busca de aquello que no se puede nombrar ni definir, pero que palpita en cada latido del corazón y en cada suspiro que escapa de mis labios.
Un hombre latinoamericano, errante y en constante búsqueda, tratando de encontrar en lo desconocido la esencia de lo humano. En este viaje incierto, me entrego a la maravilla de estar vivo, en la danza efímera de la existencia, sabiendo que, al final del trayecto, solo quedarán las huellas dejadas en la arena del tiempo.