No suelo tener muchos amigos, ya que tiendo a disentir con las opiniones predominantes. No solo difiero de ellas, sino que la mayor parte del tiempo estoy en completo desacuerdo. Recientemente, he notado que esto ha empeorado un poco, quizás debido a que me he vuelto un poco más sociable.
Hace poco, durante una conversación con una nueva amiga estadounidense, surgió el tema del racismo en Estados Unidos. Ella expresó sentirse atacada por personas afroamericanas y latinas debido a su condición de mujer blanca. Además, mencionó sentirse insultada por el término «Karen».
Según Wikipedia, «Karen» es un estereotipo que describe a una mujer de mediana edad que cree tener derecho a todo, incluso si para lograrlo debe pisotear a los demás. Le hice notar a mi nueva amiga que no debería identificarse con ese concepto a menos que realmente se ajustara a él. Sin embargo, ella insistió en que el mundo la percibe como una «Karen» y que es atacada por ser blanca.
Traté de explicarle el concepto del privilegio blanco, pero ella argumentó, como otros estadounidenses blancos han hecho antes, que nació después de la abolición de la esclavitud y que nunca tuvo esclavos. En respuesta, le señalé que la esclavitud duró varios siglos y fue fundamental para el crecimiento económico de Estados Unidos gracias a la mano de obra forzada y gratuita. Le expliqué que, sin duda alguna, se ha beneficiado de la explotación de otras etnias y países. Incluso le mencioné que, aunque haya tenido trabajos de clase baja en Estados Unidos, podría vivir mucho mejor en otros lugares debido a la gentrificación, desplazando a las comunidades locales.
Sin embargo, ella argumentó que los afroamericanos también se han beneficiado de la esclavitud y de vivir en Estados Unidos. Insistió en que no es responsable de la crisis racial en el país y que no puede hacer nada al respecto. Le sugerí que al menos intentara reconocer la importancia de las vidas negras, como promueve el movimiento Black Lives Matter, instándola a repetir la consigna y a no cambiarla por «Todas las vidas importan», como suelen hacer los racistas. Le pedí que tratara de reconocer que las vidas de las personas negras son importantes, pero le resultó imposible decirlo.
Fue sorprendente y decepcionante ver que prefirió defenderse, pelear y atacarme, y finalmente terminar nuestra amistad, en lugar de simplemente reconocer la importancia de las vidas humanas de otra etnia.
Al día siguiente, tuve un encuentro con dos grupos de españoles con quienes, por casualidad, compartí una casa en la playa. Durante la conversación, los españoles comenzaron a ridiculizar a los latinos y a desestimar las reclamaciones sobre la conquista española del continente hace cinco siglos. Argumentaron que eso ya había pasado y que España no tiene ninguna deuda pendiente en la actualidad. Acusaron a América Latina de adoptar una postura victimista que obstaculiza su desarrollo.
Uno de los españoles mencionó el caso de Haití, comparándolo con el desarrollo económico de la República Dominicana, y culpó a Haití de su propia situación de crisis económica crónica. Este mismo argumento lo he escuchado antes de ciudadanos de otros países imperialistas y saqueadores, como Estados Unidos.
Tuve que intervenir rápidamente y proporcionar un ejemplo histórico, recordándoles la historia de Haití y el saqueo sistemático que ha sufrido desde que los esclavos de la isla se liberaron y tomaron el control del país. Es injusto culpar a un país que ha sido víctima de explotación sistemática durante décadas.
Les expliqué a los españoles que América Latina ha sido y continúa siendo saqueada sistemáticamente por varios países y entidades financieras internacionales, un hecho que está ampliamente documentado y es obvio para quien lo investiga. Sin embargo, al final, al igual que en otras conversaciones similares, aunque no pudieron rebatir los argumentos, tampoco estuvieron dispuestos a aceptar la realidad. El tema quedó sin resolver, sin llegar a ninguna conclusión.
Mi amigo terminó afirmando que todos somos católicos de la misma manera que somos latinoamericanos, y que eso no es algo que elijamos, entre otras cosas. Traté de explicarle la diferencia entre religión y lugar de nacimiento, pero fue otra discusión infructuosa. Además, mi amigo terminó reconociéndose como «anti-feminista a muerte». Le comenté que eso era profundamente decepcionante. Entonces él justificó su postura diciendo que el feminismo es una ideología de izquierda indefinida, y con ese argumento continuó atacando al feminismo y defendiendo el catolicismo.
Con todo lo ocurrido en estos últimos días, me he dado cuenta de que urgentemente necesito encontrar a otras personas con quienes pueda entablar conversaciones interesantes y sentirme cómodo.
Me resulta difícil comprender cómo me encuentro en conversaciones con personas que defienden o justifican la supremacía blanca, excusan el genocidio y la explotación, defienden el catolicismo como la base moral de la sociedad e incluso atacan el feminismo. Es decepcionante constatar que tanto la gringa como mi amigo católico son anti-feministas, y ambos emplean argumentos absurdos que parecen sacados de un panfleto de propaganda de la derecha.